jeudi 20 mars 2025

Colombia ha marchado por las reformas y la consulta popular.

En un país acostumbrado a que el poder se concentre en unas pocas manos, la imagen de miles de personas en las calles pidiendo reformas es una señal de que el cambio sigue siendo una aspiración viva en el pueblo colombiano.Algunos todavía creen que quienes marcharon recibieron de a millón de pesos o por lentejas, pero el hecho es significativo. Las marchas convocadas por el presidente Gustavo Petro el 19 de marzo de 2024 se pueden entender dentro de un contexto político y social cargado de expectativas, tensiones y disputas por el modelo de país que se quiere construir. Un poco tarde quizá pero si pasa la consulta popular, otro violín puede sonar en el tejado de los colombiano. Desde su llegada al poder en 2022, Petro ha intentado implementar una agenda de reformas profundas en salud, trabajo y pensiones, buscando cambiar estructuras que, según su visión, han perpetuado desigualdades en Colombia. Sin embargo, estas reformas han encontrado una fuerte oposición en el Congreso, en los gremios económicos y en los grandes medios de comunicación, que históricamente han respaldado el statu quo. La cobertura de los grandes medios de comunicación en Colombia ha sido mayoritariamente crítica con el gobierno de Petro. En el caso de las marchas, medios como Blu radio, Caracol, RCN y la revista Semana minimizaron su impacto y anticiparon su fracaso. Sin embargo, las imágenes en redes sociales mostraron lo contrario: calles llenas en Bogotá, Medellín, Cali, Pasto, Popayán y otras ciudades especialmente en los departametnos del suroccidente del país. Para muchos sectores populares, esta desconexión mediática es una prueba más de que los medios tradicionales responden a intereses empresariales y políticos contrarios al cambio. Las reformas impulsadas por Petro han sido objeto de debate, pero muchas comunidades las ven como necesarias. Entre los puntos clave que han generado apoyo están: Reforma a la salud: busca reducir el papel de las EPS en la administración de recursos públicos, apostando por un modelo más estatal y preventivo. Reforma laboral: busca fortalecer los derechos de los trabajadores, reducir la tercerización y mejorar las condiciones de empleo. Reforma pensional: propone un sistema más solidario donde el Estado tenga un mayor rol en garantizar pensiones dignas. Estas reformas han sido defendidas por sindicatos, movimientos sociales y ciudadanos que ven en ellas una oportunidad para reducir las desigualdades históricas en el país. Uno de los factores más llamativos de las marchas fue la participación masiva y espontánea de ciudadanos que, sin pertenecer a partidos políticos o sindicatos, salieron a apoyar el cambio. Esto refleja que, a pesar de las dificultades del gobierno, sigue habiendo una base social que cree en el proyecto de Petro y está dispuesta a defenderlo en las calles. Como hasta ahora, la respuesta de los sectores de poder ha sido de deslegitimación y confrontación. La oposición ha insistido en que las reformas son inviables, mientras que los empresarios han alertado sobre posibles impactos negativos en la economía. En este escenario, la movilización se ha convertido en un termómetro del pulso político entre un gobierno que busca transformar estructuras y una élite que resiste los cambios.

mercredi 19 mars 2025

La siniestra “bota militar”

La siniestra “bota militar” Por Héctor Díaz Revelo La vieja consigna contra el gobierno colombiano de “hambre, miseria y represión” sumada al gran grito popular y estudiantil de “abajo la bota militar” ha sido y sigue siendo el rechazo y condena a las arbitrariedades y abusos de la fuerza pública en contra de civiles desarmados. Debido a permanentes y ruidosas protestas y manifestaciones de la gente en la calle, los dueños del poder y las elites gobernantes optaron por maquillar el descontento popular con el nombramiento de civiles como ministros de defensa. Irónicamente bajo ministros de defensa civiles (no militares o exmilitares) la realidad de estas acciones contra miembros de organizaciones sociales y políticas ha mostrado en toda su crueldad y sevicia, la siniestra estrategia de su eliminación física a manos de agentes del Estado. Miembros de la fuerza pública en connivencia con hordas paramilitares y parapoliciales son responsables del genocidio de la Unión Patriótica; de los asesinatos de jóvenes civiles desarmados conocidos como los 6402 falsos positivos; los engañados de Soacha que aparecieron como falsos guerrilleros en departamentos como Santander y Arauca; y la “limpieza social” en barrios populares como las comunas de Medellín y Cali, repito son la siniestra estrategia montada desde la casa de Nariño. Entonces, la decisión demagógica de Gustavo Petro de nombrar a quien era un militar hasta la noche anterior a posesionarse como ministro de defensa, lejos de asustar a la insurgencia y a otros grupos armados, lo que ha hecho es poner al descubierto la frívola determinación de llevar efectivos de la fuerza pública a territorios olvidados que han sido escenario de confrontaciones bélicas. Esa decisión mediática del presidente Petro no oculta la presencia en territorio colombiano de contratistas estadounidenses ni las bases militares gringas lo que deja al descubierto que esa tradición militarista desde la época de la violencia, en un mal llamado gobierno progresista no ha cambiado. Nada de soluciones integrales para el campo y su gente, para comunidades negras, indígenas y campesinas. Si se tratara de consolidar la democracia y de reorientar los recursos para educación, salud y bienestar social, en lugar de mantener una costosa estructura militar y potencialmente peligrosa para la estabilidad política y el respeto de los derechos humanos Petro tendría un poco de razón. El gobierno parece olvidar adrede que la fuerza pública tiene su origen en el sistema coercitivo, subordinada al poder civil (y no al contrario) y su teórico enfoque en la defensa de la soberanía y no en la represión interna, con un ejército convirtiéndose, como se ha convertido, en un ejército de ocupación. Claro que hay que adaptar la estrategia a las realidades específicas de cada país con el supuesto de construir sociedades más justas, equitativas y democráticas. El caso de Costa Rica es emblemático: Recordemos que, en ese país centroamericano tras la guerra civil del 48 del siglo pasado, no fue la izquierda quien decidió abolir el ejército. Simplemente fue un gobierno "reformista" que ha puesto su caso como un ejemplo en la región "Es una vuelta de tuerca acerca del papel de las Fuerzas Armadas", afirman los defensores de la decisión del gobierno. Y lo irónico no sería que digan esto, sino que el mismo Petro haya preferido regresar a la "bota militar". Creo que Petro sigue prefiriendo hoy, como con su voto por Alejandro Ordoñez, a sus seguros verdugos.

dimanche 9 mars 2025

Inyéctese bien o use Fentanilo. A quién beneficia la fallida guerra contra las drogas

Inyéctese bien o use Fentanilo. A quién beneficia la fallida guerra contra las drogas Por: Héctor Díaz Revelo. Obama lo dijo claro: no persigan tanto a los consumidores. Persigamos a los traficantes. No es nuevo, lo dicho. Fumó marihuana de joven y les dice a sus hijas que no lo hagan. Sabe que la guerra contra las drogas ha fallado. Se está cayendo la idea del siglo pasado, el embuste, en cuanto a que Estados Unidos y su pueblo están siendo víctimas de una guerra química por parte de países productores como Colombia y Mexico. La llamada guerra contra las drogas, además de ser fallida como lo he dicho en otras ocasiones, es una guerra que solo alimenta la corrupción en países en donde se supone los gringos han metido millones de millones de dólares para combatirlas y para esconder a los verdaderos beneficiarios, los banqueros; mientras sus armas se dirigen hacia una solapada política contrainsurgente. Siguen hablando de una guerra química de Colombia y Mexico contra Estados Unidos. Siguen enviando dinero para combatirla. Miles de millones. Pero la corrupción crece. El dinero del tráfico se lava en bancos y corporaciones. Ahí está el negocio. Como antaño en el caucho, el alcohol, el petróleo. O como en el café y los diamantes. Ahí aparece el Fentanilo. Los banqueros no quieren la legalización. Prefieren la guerra. ¿Financiaron la prohibición del alcohol, lo recuerdan? Financian la guerra contra las drogas. Ponen el dinero. Se llevan las ganancias. Guardan el 70% del dinero del tráfico en sus bóvedas. Financian campañas políticas. Crean fundaciones. Se disfrazan de filántropos. Hace décadas que algunos países y sus gobiernos reclaman la legalización. Los documentos Santa Fe lo advertían hace treinta años. Ahora, en las calles, reparten jeringas. Reparten folletos: “Shoot Smart, Shoot Safe”, inyéctese bien, inyéctese seguro. Mejor eso que el SIDA, dicen. Se asustan con el nuevo adormecedor de jóvenes: el Fentanilo. En Santa fe IV sin precisar que el gran capital financiero es el más beneficiado de la prohibición de las drogas, como fueron los nacientes bancos y prestamistas en plena lucha contra el alcohol y los licores en 1920, se advierte que en cualquier sociedad la corrupción por medio de las drogas y “en última instancia, el dinero de las drogas, puede sacar ventaja hasta del sistema capitalista y democrático más avanzado”. En Colombia, el problema sigue para negros, indígenas y campesinos. La tierra es fértil. Pero no hay política agraria. No hay créditos. No hay precios justos. No hay programas de asistencia técnica para otros cultivos diferentes a la hoja de coca. El caso es que los campesinos empobrecidos se ven empujados a sembrar marihuana y hojas de coca. Siembran la coca y en la puerta los mafiosos se la compran para convertirla en cocaína. La cocaína es más rentable, sin duda, mientras no aparezca la competencia en el mercado, para satisfacer a unos 100 millones de consumidores entre Estados Unidos y Europa. El Fentanilo. La coca crece sola. Se vende fácil. Mientras tanto, los tratados de libre comercio empobrecen a estos países. El conflicto interno como el de Colombia desplaza cientos de campesinos por acción de las hordas paramilitares. Campesinos acusados de ser auxiliadores de los grupos insurgentes. El narcotráfico financia el terrorismo de Estado. Lo saben en Washington. Pero no hacen nada. Un exagente de la DEA lo dice: “Ellos saben quiénes cultivan, quiénes venden, a quiénes corrompen. No los detienen. Prefieren la guerra. Prefieren el negocio”. Los documentos oficiales lo advierten: “el dinero de las drogas corrompe hasta el sistema más avanzado”. Pero Estados Unidos no lo quiere ver. Hasta ahora no pueden vender algo mejor que la cocaína. Siguen peleando una guerra perdida. Legalizan la marihuana. Regalan jeringas. Pero no producen algo en los laboratorios que colme la demanda de estupefacientes. No saben cómo, repito, hasta ahora. O hasta que tengan en su poder la fórmula del Fentanilo. Aquí, los campesinos esperan. Sueñan con vender sus productos de pan coger o agroindustriales a buen precio. Con créditos, con tierra, con justicia. Pero los banqueros encontrarán otra guerra. El coltán, el litio, el uranio. Siempre hay un nuevo negocio. Legal o ilegal, no importa. Lo que importa es el dinero. Sembrar coca o marihuana es más rentable que los productos de pan coger. Estos son cultivos resistentes, de rápido crecimiento y con demanda asegurada en el mercado ilegal. En contraste, productos como el maíz, la papa, el cacao o el trigo enfrentan precios bajos, competencia con importaciones y falta de apoyo estatal. Los campesinos no pueden competir con el producto extranjero subsidiado que llega gracias a los tratados de libre comercio. Ejemplo: El trigo. El acceso a créditos es nulo. No hay asistencia técnica ni infraestructura para sacar los productos a mercados. Si el campesino siembra papa, puede perder su cosecha por falta de compradores. Si siembra coca, hay compradores asegurados, pago inmediato y sin intermediarios que le impongan precios injustos. El conflicto armado y el arcaico modelo económico ha empujado a muchas comunidades a zonas donde los cultivos ilícitos son la única opción. Los grupos armados controlan el territorio y, en muchos casos, obligan a los campesinos a sembrar coca bajo amenazas. Quienes no lo hacen, pueden ser desplazados o asesinados. Si existiera una política agraria que garantizara tierras a los campesinos, con precios justos, apoyo técnico y acceso a mercados, no habría necesidad de recurrir a los cultivos ilícitos. Pero las tierras están en manos de terratenientes y empresas extranjeras, mientras los campesinos deben arrendar o trabajar para otros. La concentración de la riqueza, persiste. Habría que pensar inclusive, qué tanto resulta cierto eso que Ellos mismos tratan como cultivos ilícitos. Quién o quiénes han decidido que son ilícitos. En la prohibición, históricamente se ha demostrado que crece el negocio y el poder político. Mientras se persigue a los pequeños productores de coca, se permite que bancos y grandes empresarios se beneficien del lavado de dinero. Se criminaliza al campesino que siembra coca para sobrevivir, pero no al financiero que blanquea millones de dólares producto del gran negocio. La solución no es más guerra, más erradicación o más represión. La solución es que el campesino pueda vivir dignamente de su tierra, sin necesidad de recurrir a cultivos “ilícitos”. Pero eso implica cambios estructurales en el modelo económico que ni el Estado ni los poderes económicos están dispuestos a hacer. La realidad es implacable: el narcotráfico no desaparecerá con más represión ni con más guerra. La lucha contra las drogas, en el fondo, no es más que una estrategia de control y negocio. Desde hace años, lo he dicho, que esta guerra dejará de existir solo cuando en el mercado aparezca una droga que iguale o supere los efectos de la cocaína en los consumidores de Estados Unidos y Europa. ¿El Fentanilo?. Esa es la clave. No es un problema de moral ni de salud pública, sino de mercado. Mientras la cocaína siga siendo la opción más efectiva y rentable, seguirán persiguiendo a los campesinos que la siembran, mientras los grandes beneficiarios —los bancos, las farmacéuticas, las corporaciones— sigan intactos amasando grandes fortunas. Ya hemos visto movimientos en esta dirección. En Norteamérica, la marihuana recreativa se legaliza en cada vez más estados. Se habla de la heroína médica, del uso de drogas psicodélicas para tratar enfermedades mentales. Se reparten jeringas en las calles con la excusa de reducir daños. Repito, todo esto no es altruismo, es negocio. El día que una farmacéutica saque al mercado una droga sintética más potente y segura que la cocaína, la guerra contra las drogas cambiará de objetivo. Dejarán de perseguir a los narcos colombianos o mexicanos. Los gobiernos se enfocarán en regular y patentar la nueva sustancia. Entonces, la coca y sus cultivadores quedarán en el olvido, como ocurrió con el opio cuando las farmacéuticas sacaron los opioides sintéticos. Mientras tanto, los campesinos e indígenas seguirán siendo perseguidos por sembrar lo que el mercado demanda. No porque sean criminales, sino porque el sistema los ha empujado a ello. Y cuando el negocio cambie, cuando una nueva droga se apodere del mercado global, simplemente serán desechados. Como siempre ha ocurrido. Por eso en Estados Unidos y en Europa pregonan mientras tanto a través de sus medios de comunicación el “Shoot Smart, Shoot Safe”, inyéctese bien, inyéctese seguro.