vendredi 29 novembre 2024
GUSTAVO PETRO: UN DISCURSO MAGISTRAL EN CHICAGO.
Por Héctor Díaz Revelo
El discurso del presidente Gustavo Petro en Chicago es una pieza cargada de reflexiones profundas y críticas incisivas sobre el estado del mundo, enfocándose en temas globales como la crisis climática, la xenofobia, el racismo, las dinámicas de soberanía e injerencia internacional, y el impacto destructivo del capitalismo desregulado.
Al comienzo Petro critica explícitamente al expresidente y candidato Donald Trump por usar narrativas falsas para fomentar odio contra inmigrantes haitianos. Lo que es lo mismo: Fomentar el odio contra los inmigrantes, especialmente de los países latinoamericanos.
Gustavo Petro, el progresista, socialdemócrata y variopinto, compara el discurso de Trump (previo a elecciones donde acaba de ganar y regresar a la Casa Blanca) con tácticas de regímenes fascistas, como el de Hitler, subrayando los peligros de utilizar la discriminación como arma electoral.
El presidente colombiano enlaza la historia de Haití como símbolo de emancipación global (la primera república negra que abolió la esclavitud) con el presente, recordando cómo su pobreza actual es el resultado de siglos de saqueo por parte de las potencias coloniales. Tal cual el saqueo de sus vecinos del caribe y centro y Suramérica.
Al posicionarse como defensor de los haitianos, Petro busca cimentar una postura progresista global que rechaza la polarización y promueve una política internacional solidaria para enfrentar no solo ese discurso de odio sino el papel del gobierno de los EEUU en los procesos extractivistas que llevan a la extinción paulatina de la vida en el planeta.
Sin duda el núcleo de su discurso es la crisis climática, que plantea como una amenaza existencial inminente. Petro señala que el modelo capitalista, basado en la explotación masiva de recursos naturales y la generación de CO2, es el principal responsable.
Estamos llegando el punto de no retorno, dice. Al mencionar los incendios en el Amazonas y la muerte de delfines rosados debido al calentamiento global, alerta sobre los puntos irreversibles en los sistemas naturales. Según él, la humanidad se enfrenta a una ventana de oportunidad crítica de apenas 10 años para actuar.
Petro conecta la crisis ecológica con una economía global basada en la codicia, criticando cómo el progreso ha sido reducido a un crecimiento material que sacrifica la vida en el planeta. El capital o la vida. Se refiere al capitalismo salvaje sobre el que varias veces he escrito en mis columnas.
Subraya que los sectores vulnerables, como campesinos, obreros y minorías, no son responsables de la crisis climática. Responsabiliza directamente a los países más ricos y sus élites económicas. Se trata de una responsabilidad diferencial al decir textualmente que: los parias no tienen la culpa de la crisis climática.
Al abordar el consumo de fentanilo en ciudades como Chicago, Petro lo describe como una expresión de una cultura de extinción, del consumo millonario de drogas y la cultura de la muerte, subcultura, digo yo.
En su opinión Petro contrasta este fenómeno con la necesidad de construir un modelo de convivencia humana basado en la solidaridad y el respeto mutuo. Parece en el fondo un discurso clerical como antaño desde el púlpito, sin comprometerse, realmente.
El presidente de Colombia vincula el problema del consumo de drogas en EE.UU. con un sistema que prioriza el lucro sobre el bienestar social, señalando las deficiencias del modelo actual de combate a las drogas. Habla de la codicia.
Propone soluciones locales y globales que promuevan la vida sobre la muerte a la vez que advierte que para eso se requiere cambios estructurales en las relaciones económicas y de poder.
Petro utiliza el ejemplo de Haití para resaltar las contradicciones históricas de las democracias occidentales. Mientras predicaban valores de libertad e igualdad, permitieron (y aún perpetúan) la explotación y exclusión de pueblos enteros.
Cuando cita a los haitianos o al pueblo negro haitiano, es clara su alusión discursiva al pueblo latinoamericano, no obstante que, por supuesto, no se puede soslayar el papel histórico de ese pueblo caribeño por la libertad y la autodeterminación.
Tanto así que Petro reconoce el papel de Haití en la independencia de Colombia, expresando una deuda histórica que el continente tiene con este país. Pide en el discurso en Chicago que su canciller organice un evento nacional para ponderar su ayuda y reconocer ese papel histórico en el subcontinente y en Colombia junto a Simón Bolívar y su ejército rebelde.
Su intención de visitar Haití y ofrecer ayuda humanitaria simboliza una política exterior basada en la justicia histórica y la hermandad regional, en contraste con la injerencia tradicional de potencias como EE.UU. y Europa.
En un gesto audaz, Petro llama a una revolución global que transforme las relaciones de poder, no solo entre naciones, sino también entre la humanidad y la naturaleza.
Se trata de una revolución mundial para la supervivencia tras un modelo de democracia global, para enfrentar los desafíos compartidos. Textualmente quiero resaltar: “se necesita una acción de cambio de la economía y de las relaciones políticas y de poder a escala mundial y rápida, una revolución mundial, aunque la palabra (revolución) ha sido satanizada, pero toca decirla”, paréntesis mío.
Plantea además que resolver la crisis climática no es posible dentro de las lógicas actuales del mercado, que priorizan el lucro por encima del bienestar colectivo. Se trata de acometer, como varios comentaristas se lo hemos reclamado, un cambio estructural a nivel económico, político y social en nuestros países.
Alienta a los movimientos sociales y gobiernos locales a actuar desde sus realidades, pero con miras a un cambio global. Subraya que el tiempo político convencional ya no es suficiente; el tiempo de acción es ahora.
Petro no deja de hacer un llamado a los países del mundo cuando se refiere a su Colombia y a la Amazonía. Es claro que su discurso está centrado en problemas globales. Desde la quema de la Amazonía hasta la violencia social, muestra cómo las problemáticas locales son reflejo de dinámicas globales y eso lo convierte en líder mundial y digno representante de los países empobrecidos y saqueados allende los mares.
En lugar de encerrarse en asuntos domésticos, propone que los líderes latinoamericanos asuman un rol protagónico en las discusiones globales. Este enfoque no solo fortalece la región, sino que también redefine su lugar en el escenario internacional.
Es decir, que estamos frente a una nueva narrativa política impuesta por este hombre que muchos creen salido de las entrañas de las vertientes políticas de izquierda como quiera que militó en un movimiento insurgente llamado M-19.
El discurso de Petro combina la crítica con propuestas audaces, invitando a reflexionar sobre el papel de la humanidad en un momento de crisis climática global sin precedentes. Más que audacia, diría que son propuestas inteligentes y bien centradas.
Desde la política climática hasta la lucha contra el odio, su mensaje es claro: “la supervivencia depende de un cambio radical en la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos, con la naturaleza y con el poder global”. Este es un llamado no solo a la acción, sino a la “reimaginación” de un futuro compartido, antes de que sea demasiado tarde.
Por otro lado, el discurso del presidente Gustavo Petro en Chicago toca fibras esenciales sobre el abuso del poder frente a comunidades en minoría y la doble moral de las grandes potencias en relación con la crisis planetaria y el capitalismo salvaje.
Este abuso se manifiesta en la forma en que las minorías, tanto dentro de países como en el ámbito internacional, son sistemáticamente despojadas, invisibilizadas y responsabilizadas por problemas estructurales que Ellas no han generado, como la crisis climática o los conflictos económicos y sociales.
Desplazados, mujeres, despojados de sus tierras, inmigrantes, etnias, negritudes, etc.
Entonces, las minorías, sean estas raciales, étnicas o nacionales, son frecuentemente el blanco de estas oprobiosas políticas que perpetúan su exclusión y desventaja.
Petro denuncia la xenofobia y cómo el odio y la discriminación son instrumentalizados por líderes políticos con fines electorales. Esto es verdad fuera de las grandes ciudades y aún en las llamadas intermedias. A nivel rural, ni se diga.
Al usar narrativas que asocian a las minorías con el atraso, el caos o la amenaza, advierte que se desata una maquinaria de violencia simbólica y física, similar a los métodos propagandísticos utilizados en regímenes totalitarios, similar a todo lo ocurrido a través de hordas paramilitares a lo largo de la geografía patria.
Esta dinámica no solo deshumaniza a los afectados, sino que distrae de los problemas sistémicos, como las desigualdades económicas y la crisis climática, que verdaderamente deberían ocupar la agenda política global.
Petro resalta la hipocresía de las potencias occidentales, que históricamente han liderado discursos en favor de la libertad, igualdad y derechos humanos, mientras perpetúan un modelo económico y político que contradice esos principios.
Petro recuerda cómo Haití, símbolo de la emancipación y la igualdad, fue castigado por los mismos ideales que enarbolaba. Francia, por ejemplo, cuando terminó exigiendo reparaciones a Haití por su independencia, como una deuda histórica que encarna la injusticia estructural y el desprecio por los valores de justicia y democracia que proclaman esas grandes potencias.
En el contexto de la crisis climática, esta doble moral es aún más flagrante. Las naciones más ricas son responsables de la mayoría de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero, pero las consecuencias recaen desproporcionadamente sobre las regiones más pobres y vulnerables.
Petro señala cómo el sistema capitalista, basado en el extractivismo y la acumulación ilimitada de capital, sigue priorizando el lucro por encima de la vida. La codicia de unos pocos en detrimento y empobrecimiento de los muchos, de los desheredados, digo yo.
La desregulación de los mercados y la expansión de la industria fósil perpetúan un modelo que concentra el poder y los recursos en manos de unos pocos, dejando a las comunidades vulnerables enfrentando los peores efectos de la destrucción ambiental.
El extractivismo y su lógica asociada de extrahección (la apropiación violenta de recursos naturales y humanos) son el corazón de este sistema.
En América Latina, las actividades extractivas del petróleo, el carbón y el gas, así como la minería y la deforestación son financiadas por intereses transnacionales, que extraen riqueza del suelo a costa de la destrucción del entorno y el desplazamiento de comunidades indígenas y campesinas.
Estas prácticas son presentadas como necesarias para el desarrollo económico, pero, como Petro advierte, son manifestaciones de un sistema que pone el crecimiento económico por encima de la supervivencia de la humanidad y la naturaleza.
La ubicación de la vida y los seres humanos en los niveles más bajos de la discusión académica y política global refleja una deshumanización sistemática. Esa es mi opinión, claro está.
Petro denuncia que la economía global, que debería centrarse en el bienestar humano y ecológico, está diseñada para maximizar beneficios financieros a corto plazo.
Este modelo de desarrollo descuida la interconexión esencial entre la naturaleza y la humanidad. La vida no puede ser tratada como una variable secundaria; debe ser el eje central de cualquier discusión económica o política seria. Es nada menos que poner la vida y los seres humanos en el último escalón.
Petro finalmente, plantea que el único camino viable para evitar la extinción del planeta es un cambio radical en las relaciones de poder global. Esto no solo implica una transición energética o económica, sino también una democratización profunda en la toma de decisiones a nivel mundial, que permita que las voces de los pueblos históricamente marginados y las preocupaciones por la vida ocupen un lugar prioritario.
Este cambio requiere valentía para cuestionar la lógica del capital, y una solidaridad global que reconozca que, sin justicia social y ecológica, no hay futuro sostenible; y en esto último, en la lucha por la justicia social, si que estoy de acuerdo con Gustavo Petro y con quienes solapadamente aún creen en esta irremediable realidad.
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